Bésame mucho
Vuelven, 25 años después, los mismos dilemas que planteaban los movimientos antiglobalización, y ya ni hay hipocresía, que siempre ayuda a tragar: Trump dice que vayamos a besarle el culo. Podríamos probar a recuperar un poco de dignidad


En 1997 en Sensación de vivir, una de las pijas protagonistas hacía esta reflexión, al ver que su ropa de marca era confeccionada por inmigrantes esclavizados: “¿Cómo le diremos a Steve que la fábrica de su padre explota a los trabajadores?”. Sé que es un salto a la prehistoria, pero no fue hace tanto. Ya ven, entonces incluso en la serie más vista, en la Fox, los personajes más superficiales tenían neuronas de crítica política. No sobrevaloren mi memoria para las chorradas, he copiado la cita de un libro al que me ha llevado Trump, una virtud imprevista: su ignorancia asusta tanto que empuja a leer. Cuando se queja de cuánto ha robado todo el mundo a Estados Unidos y pone aranceles delirantes a Lesoto (50%), Vietnam (46%) o China (145%), te dices: ¿qué diablos hay en Lesoto? Pues allí se produce gran parte de los vaqueros de Levi’s y otras marcas. En Vietnam, la mitad de las zapatillas Nike del mundo. Todo esto me sonaba y busqué por casa ese libro, No logo (2000), de Naomi Klein. Sonreirán al leerlo, fue la biblia de los movimientos antiglobalización. ¿Qué antiguo, verdad? Pues ahora es muy actual. El capítulo 9, La fábrica abandonada, comienza con una cita de un jefazo de Levi’s tras cerrar 22 fábricas en EE UU entre 1997 y 1999 y despedir a 13.000 empleados: “Para satisfacer las expectativas y exigencias de los clientes que visten casual nuestro plan estratégico es apostar al máximo por la gestión de la marca. El traslado de una parte importante de nuestra producción a empresas subcontratadas en todo el mundo dará a nuestra empresa una mayor flexibilidad”. El modelo era Nike, se estudiaba en másteres de negocios.
Klein explicaba cómo las multinacionales se deshicieron de fábricas y trabajadores, de lo real y físico, y se las llevaron fuera, con sueldos de miseria, para concentrarse en vender el humo de la marca, valores, estatus. Unos adelantados a su tiempo, 25 años después vivimos en burbujas onanistas de lo virtual y el imperio de la experiencia, admirando ricachones y quejándonos de pagar impuestos. Fue paralelo a un cambio de actitud con China, que en 1989 había masacrado a la población en Tiananmen (esto suena más antiguo todavía). En los noventa, Bill Clinton decidió que los derechos humanos eran un tema menor, la prioridad era abrir un gran mercado a EE UU, y los chinos ya se irían democratizando. Fue rápido pasar de obviar por el momento los derechos humanos a considerar que allá donde no se respetaran se abrían jugosas oportunidades de negocio. Ya no era un problema, daba puntos. Todo esto ya era así de obsceno a la vista de todos, y en esos años hubo cierta resistencia. Releer No logo es entrañable, aún había esperanza, se creía en el boicot a las marcas, en la reacción de la sociedad civil, ¡en el poder de internet para revelar información oculta! Terminó en 2001, con los palos (y un muerto) del G-8 en Génova y el 11-S. Ya sabemos dónde estamos. Sin conciencia de clase trabajadora y creyéndonos clase media, cuando somos cada vez más pobres, solo porque ya podemos permitirnos unas nike (yo, de pequeño, en la vida). Encima la gente más puteada vota a los mismos millonarios que les han dejado así para que resuelvan sus problemas y les sigan engañando. Y el modelo político de moda es la autocracia china. Ya ni hay hipocresía, que siempre ayuda a tragar: Trump dice que vayamos a besarle el culo. Hombre, un poco nos lo merecemos. Y el caso es que, de todos modos, van. Podríamos probar a recuperar un poco de dignidad. A mí me rejuvenece empezar a boicotear marcas, me da sensación de vivir.
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